Tras una tarde torrencial llena de agua, de gris y de vientos huracanados, a eso de las siete y media, una bomba de luz cegadora estalló en mi ventana y toda la habitación se iluminó como una luciérnaga.
Durante el breve instante que duró la onda expansiva, una inexplicable sensación de felicidad, tan intensa que casi consigue hacerme llorar, se apoderó de mí.
Fue una experiencia realmente increíble.
domingo, 3 de octubre de 2010
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