martes, 29 de noviembre de 2011

Refrán

Si no te veo, no te creo.

martes, 15 de noviembre de 2011

La princesa azul

Un enigmático y maravilloso cuento extraído del libro La princesa y la muerte, de Gonzalo Hidalgo Bayal:

«Cuando, después de muchos y numerosos preparativos, se casaron finalmente la princesa azul y el caballero vencedor, los festejos se prolongaron en el palacio durante varios días de banquetes, de músicas y danzas. El rey estaba orgulloso y satisfecho, porque adivinaba ya el cumplimiento de su sueño imperial, un porvenir glorioso, lleno de triunfos y esplendor, acaudillado por nietos regios y valerosos. Los súbditos, a su vez, veían con júbilo y alborozo cómo el más grande de sus héroes alcanzaba la cima de la dinastía que gobernaba el territorio desde hacía siglos. Terminadas las celebraciones, un amplio séquito acompañó a la joven pareja hasta el palacio del bosque que el rey había construido para su hija cuando era apenas una niña, en el que la princesa había disfrutado en los estíos de la infancia, en el que había refugiado después sus días de tristeza y soledad adolescente, en el que también había urdido los juegos secretos de la juventud. Ahora, al fin, el palacio del bosque se convertía en la morada de felicidad para la que desde un principio había sido edificado. Acompañados por servidores y doncellas, la princesa y el caballero fueron recorriendo las diversas estancias, cámaras lujosas, miradores luminosos, habitaciones privadas. De pronto, cuando, con galante solicitud, para evitarle todo esfuerzo a la princesa, el caballero extendió la mano para abrir una puerta azul que les salió al paso, la joven esposa se detuvo lívida y cortó en seco el movimiento del caballero. «No», dijo casi en un grito. El caballero la miró con menos asombro que sorpresa. «Sólo una condición os impongo para nuestra felicidad», dijo la princesa. Y ante la mirada interrogante del caballero prosiguió con mucha solemnidad: «Jurad ante Dios y ante los hombres que nunca jamás, nunca jamás, nunca jamás, abriréis esta puerta ni entraréis en esta habitación». El caballero vaciló un instante, se sumió brevemente en la hondura de la incertidumbre y finalmente aceptó la propuesta de la princesa. «Lo juro, lo juro, lo juro», dijo tres veces el caballero, en concordancia con la triple negación de la joven. Sólo entonces prosiguieron el recorrido y tomaron posesión entera y definitiva del palacio. Durante días y días la princesa espió el proceder del caballero. Se escondía con sus doncellas detrás de amplios cortinajes o en refugios sigilosos, como en sus juegos de chiquilla, y veían cómo el caballero pasaba alguna vez por delante de la puerta azul sin que en ningún momento flaqueara en el cumplimiento de su promesa.
Nunca se acercó a la puerta azul, ni se detuvo ante ella vacilante y pensativo, ni la miró siquiera de reojo al pasar. Era como si la hubiera borrado de su pensamiento para siempre. Salía y entraba en el palacio, recorría los bosques con algunos sirvientes, se dedicaba a la caza y procuraba en todo la felicidad perdurable de la princesa. Así se sucedieron días hermosos y apacibles, días azules y serenos, hasta que de pronto, de manera confusa y desgarrada, llegaron al palacio del rey noticias trágicas y estremecedoras. El caballero había muerto en el bosque degollado por sus propios servidores. Enseguida se tejieron numerosos rumores, tramas de envidias y de celos, asaltos de alimañas, crueles torneos, pero entre todos se alzó uno, terco y caudaloso, que acusaba del crimen directamente a la princesa. Todos los súbditos del rey asistieron un atardecer sombrío al regreso de la princesa viuda y vieron el desvarío de su rostro lívido y altanero, la insondable profundidad de una mirada tan hermosa como inhumana. Quiso el rey consolar la tristeza de su hija y le preguntó una y otra vez por la razón de la tragedia, pero la princesa permaneció callada y esquiva. Algunos cortesanos aseguraron después que, en una ocasión, en una sola ocasión, a solas con su padre, pronunció en voz baja una frase enigmática y abrumadora. «Yo hubiera entrado en la cámara secreta», dijo.»

sábado, 5 de noviembre de 2011

A usted

La ventana me remite a su coche,
el coche al beso,
el beso a la oreja que anda siempre perdiendo pendientes,
la oreja a la boca,
la boca a las medias porque las rompe,
las medias al...
- ¿Tienes un bolígrafo de más?
- Toma, y a ver si dejas de pedirme cosas,
que contigo al lado no hay quien coja un apunte,
Mari Carmen.


Almudena Guzmán, de Usted.