miércoles, 18 de julio de 2012

Quod natura non dat...*

Llevo ya bastante tiempo queriendo escribir acerca del adiós, de la partida inminente de esta ciudad que tanto nos ha dado a todos (y aún en la distancia nos seguirá dando, de eso estoy segura), pero no había encontrado el momento más adecuado para hacerlo, quizás por el ajetreo de papeles, becas y demás asuntos burocráticos sinsentido, quizás por la nostalgia que intuía se desataría si comenzaba a escribir algo como lo que estoy escribiendo ahora.
El caso es que, a punto de marcharme de una de las ciudades que considero más significativas, no encuentro muy bien las palabras que describan lo mucho que voy a echar de menos esto. Se agolpan en mis recuerdos montones de anécdotas y de momentos, decenas de rostros y sentimientos -algunos que jamás pensé que recordaría, otros imposibles de olvidar- pero tan sólo una certeza, una evidencia férrea e ineludible: que este no es el final, o al menos no para mí.
Es cierto que abandonaremos sus calles, que nosotros, los de ahora, no volveremos a pasar las tardes en sus cafés ni a sumergirnos en sus nocturnos recovecos, pero volveremos (que al fin y al cabo es lo importante).
Y retomaremos el camino, aunque sea un poco más adelante.
Aunque ya no seamos los mismos.


* Y el título, lo primero que aprendí nada más llegar aquí.