lunes, 21 de enero de 2013

Un fragmento

Supe entonces que no volveríamos a vernos. Todo el dolor, la incertidumbre y el deseo se habían extinguido como la llama de una cerilla, dejando paso a la indiferencia y el hastío, al vacío de los cuerpos. Pensaba en ello tumbada sobre la cama, medio adormecida, sin darle apenas importancia. Era domingo y a través de la cortina se filtraban los últimos rayos de la tarde. Por la ventana abierta me llegaban los sonidos del parque que había bajo la casa, niños correteando y riendo, gritos de madres, coches que bordeaban la curva de la carretera.