Estación de Ríos Rosas, andén número 2 con dirección Gran Vía. Me siento
en uno de los bancos de piedra que están anclados a la pared y sudo. Y
pienso que el sudor va a resbalar por la espalda y va a inundar el
vestido verde y el bolso y hasta las sandalias y que cuando salga a la
superficie no seré más que una gotícula andante de residuos y desechos y
sal. Falta un minuto para que el tren llegue a la estación, anuncia una
pantalla digital con letras rojas y amarillas, y una niña gatea por el
banco y se sube y me empieza a enredar el pelo. Hay veces que la vida
pasa sin que nos demos cuenta. Hay veces que en un andén de metro los
eruditos encuentran el sentido de la existencia humana. Me subo a un
vagón medio vacío y en la siguiente estación (Iglesia, creo, o puede que
Bilbao) un chico larguirucho, moreno, con barba, se sienta a mi lado y
abre un libro y se abstrae y yo no sé si de verdad está leyendo o es que
la tinta de las letras Times New Roman ejerce algún potente magnetismo
sobre sus pupilas. Y tú, en qué estarás pensando ahora... Estoy mirándole y
luego miro al libro "Poemas y canciones" de Bertol Brecht. Esto que vais a leer está en verso. Lo digo porque acaso no sabéis ya lo que es un verso ni un poeta.
Es un soñador, sin duda. Porque es de todos conocido que los chicos que
leen poesía son unos soñadores. Mi pierna roza con la suya y en ese
momento deseo que la fragua de Vulcano se haga carne, que hagamos el
amor contra las barras llenas de bacterias y huellas dactilares. Amor
mío, amor mío, quiero saber lo que es un orgasmo para un poeta. Pero él
se baja en Alonso Cano o en Callao o a lo mejor en ninguna porque son
líneas distintas y las puertas se cierran y yo ya no sé si Bertol Brecht
tenía razón ni cómo terminaba su poema.
lunes, 21 de julio de 2014
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