lunes, 21 de julio de 2014

El túnel

Estación de Ríos Rosas, andén número 2 con dirección Gran Vía. Me siento en uno de los bancos de piedra que están anclados a la pared y sudo. Y pienso que el sudor va a resbalar por la espalda y va a inundar el vestido verde y el bolso y hasta las sandalias y que cuando salga a la superficie no seré más que una gotícula andante de residuos y desechos y sal. Falta un minuto para que el tren llegue a la estación, anuncia una pantalla digital con letras rojas y amarillas, y una niña gatea por el banco y se sube y me empieza a enredar el pelo. Hay veces que la vida pasa sin que nos demos cuenta. Hay veces que en un andén de metro los eruditos encuentran el sentido de la existencia humana. Me subo a un vagón medio vacío y en la siguiente estación (Iglesia, creo, o puede que Bilbao) un chico larguirucho, moreno, con barba, se sienta a mi lado y abre un libro y se abstrae y yo no sé si de verdad está leyendo o es que la tinta de las letras Times New Roman ejerce algún potente magnetismo sobre sus pupilas. Y tú, en qué estarás pensando ahora... Estoy mirándole y luego miro al libro "Poemas y canciones" de Bertol Brecht. Esto que vais a leer está en verso. Lo digo porque acaso no sabéis ya lo que es un verso ni un poeta. Es un soñador, sin duda. Porque es de todos conocido que los chicos que leen poesía son unos soñadores. Mi pierna roza con la suya y en ese momento deseo que la fragua de Vulcano se haga carne, que hagamos el amor contra las barras llenas de bacterias y huellas dactilares. Amor mío, amor mío, quiero saber lo que es un orgasmo para un poeta. Pero él se baja en Alonso Cano o en Callao o a lo mejor en ninguna porque son líneas distintas y las puertas se cierran y yo ya no sé si Bertol Brecht tenía razón ni cómo terminaba su poema.

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