«No recuerdo ni una palabra, pero aquel tono de voz, sentado al borde de mi cama, sigue siendo mi cuento favorito.»
Álvaro Chico Gómez.
Ganador del primer premio del III Concurso de Microrrelatos organizado por la Universidad de Salamanca, en la sección de textos escritos por autores hispanohablantes de la USAL.
La bandada de pañuelos de seda que despegaron desde la Plaza Mayor, tiñó el cielo de color sepia y nos transportó a un tiempo pasado. Aún así, no logramos retroceder lo suficiente.
La neblina envolviendo las calles de la ciudad y dotándole de una apariencia ciertamente fantasmagórica, me recordó el día en que ella me dijo: no nos engañemos, todos imaginábamos que esto iba a ser como perderse por las calles llenas de niebla sin saber qué bohemio desconocido nos acompañaría cada noche. Y, caminando sola por la gran avenida, me fue imposible disimular la sonrisa.
Había algo de solemne en todo aquello. Algo en el ánimo de la gente que subía por aquella escalera infinita labrada en la montaña. Parecían negarse a comprender que los peldaños no conducían a ninguna parte.
Solía preguntarse si alguna vez y sin saberlo no habría servido de inspiración para un músico al componer una melodía. Quizás el boom del momento o aquella balada tan desoladoramente hermosa que sonaba en la radio el día que se decidió a romper con la rutina. O tal vez, sin quererlo, había actuado de musa para un utópico pintor que había hallado en su hipnotizadora silueta, un día en el mercado, el numen que lo había llevado a crear aquel maravilloso lienzo. Acaso la aparente rima fácil del soneto que recitaba el profesor en clase la había fomentado el fascinante vaivén de sus caderas, que habían encandilado al poeta un día que se cruzó con ella en el paseo bajo los álamos. No dejaba de preguntárselo una y otra vez, últimamente más convencida de que cada una de las mujeres que conocía encarnaba a una particular y enigmática fille aux cheveux de lin.
Acaso el ocaso de un encuentro caducado, de miradas ulceradas, de olor a podrido, de insectos en la oficina, de humedad en el tejado, de sabores amargos, de inocencia corrompida, de pieles marchitas, de un suspiro infinito. Tal vez, nosotros.