lunes, 27 de junio de 2011

Imprecisiones

Solía pasear por ciertos caminos pedregosos, a menudo sombríos y con frecuencia intransitables, las noches en que su habitual mansedumbre era sustituida por la melancolía.

En esas circunstancias en que, imprevisible, el espíritu pareciera que florece, revelando con fuerza su extraordinaria artificiosidad, es inevitable que los sucesos graves, tristes y, por encima de todo, pretéritos, acudan con pasmosa facilidad a la memoria.
En esas circunstancias, él solía pensar en ella.

Sin embargo y como a veces sucede, su recuerdo únicamente incluía un contorno difuso e indefinido, grisáceo y, por necesidad, insuficiente.

jueves, 16 de junio de 2011

Lo que debe ser pero no puede ser

Hace meses cayó en mis manos, por azares del destino o de la ventura, España invertebrada, de Ortega y Gasset. Considero importante resaltar el hecho de que si hoy ese ensayo se encuentra en mi estantería es por mera casualidad y no por inquietud propia, porque precisamente ha sido la casualidad, ligada al interés que despiertan todas las cosas -excepto las que han de estudiarse- en época de exámenes, la que ha hecho que me fijase esta mañana en el título de uno de los artículos: La magia del "debe ser". En él, escribe: «no basta que algo sea deseable para que sea realizable, y, lo que es aún más importante, no basta que una cosa se nos antoje deseable para que lo sea en verdad». Nada más.

domingo, 5 de junio de 2011

Gravedad

Un extraordinario relato procedente del libro Yo mataré monstruos por ti, de Víctor Balcells Matas:


Cerco un centro di gravitá permanente


Nos citamos en los alrededores de la refinería Repsol. He comprado vino y aceitunas y llevo una almohada para que durmamos la siesta bajo los pinos, le dije. Pero no había pinos. Pero no me hacía ni caso. Se miraba las uñas, ahora pintadas de negro.

Por qué me has citado aquí, le pregunté, aquí no podemos pasarlo bien. El gas en la cima de las chimeneas era fuego. Me mostró su mano. Ahora soy gótica, dijo, satánica, emo y post-rockera y tengo que estar triste. Tenía la cara manchada o maquillada de negro.

El tiempo pasa sin descanso, las cosas cambian.
Pero oh, preciosa, querubín, argonauta y vellocino de oro, déjame darte un beso.
Ni hablar, dijo ella, estoy desesperada, triste, ahogada en la miseria.
¿Entonces qué hacemos? ¿No somos novios?
Sí, somos novios, dijo, y se arrojó a mis brazos y me pidió que la protegiera, que la protegiera.
Entonces cenemos, hablemos o hagamos el amor, bajo los tilos, junto al río, o leyendo poemas de Hölderlin.
Nada de eso. Se separó de mí. Las gaviotas eran manchas de alquitrán, buitres girando en el cielo; el bar más cercano un surtidor de putas y obreros con destornilladores en la oreja, o cigarrillos, o palas o picos en la oreja; o directamente sin orejas, cortadas por las estratosféricas máquinas del aserradero, por las turbinas machacantes del astillero y la radiación nuclear.

Las transiciones vagas del amor son éstas: de la traición al tedio, del tedio al polígono, del polígono a la cama y otra vez a empezar desde cero. Pero siempre habrá fábricas de por medio.

¿Qué ha cambiado? ¿Qué te ha pasado? ¿Qué has hecho con tu vida? ¡Te amo! ¿Por qué estamos aquí?
Hemos quedado con mis nuevos amigos.
¿Qué?
¡Mis nuevos amigos!, dijo, tan contenta tocándose el pelo cibernético, rapado en uno de sus costados. Vamos a dar una vuelta en coche con ellos, dijo. ¿Un qué? Una vuelta en coche. Ahí vienen. Y a lo lejos entre el polvo un Seat León Tuning 2009 se acercaba pisando las palomas muertas. Al volante un héroe masacrado por la noche.

Oh, ser todopoderoso, dios menor, de dónde vienes y a qué discoteca vas. Se abrió la portezuela y entramos y nos ajustamos en el asiento de atrás. Busqué la mano de mi amada, pero no estaba, no había mano, no había amada, sólo un rugido de motor y la cara tapizada de granos de su conductor.

Qué pasa nen.
Hola.
Vladimir, este es mi novio de la ciudad ¿dónde nos llevarás hoy?
A que os curto el lomo. Vamos a un sitio que ni sus imagináis. Aceleración, el rey de la pista ha vuelto a las calles.

A cien por hora adelantando camiones y obreros que nos saludaban con los cascos desde las fábricas. Nissan Trucks, Astilleros Vulcano, Almirall Prodespharma, B.A.S.F., Pinturas Titán.

Mi amada reía como loca entregada al placer de la velocidad y se abrazaba a Vladichulo y yo miraba por la ventanilla la vida pasar, los vestigios de una llama antigua. Qué fue de ella, cómo cambian las cosas en una semana, en un día, en un instante, te giras en la cama y de pronto te das cuenta de que duermes con un monstruo. Pero para los monstruos, nosotros somos los monstruos.

Tío, eres aburrido de cojones, decía Vladichulo desde el volante encuerado.
¿Dónde vamos? ¿Dónde vamos? Le gritaba ella orgásmica, sobreexcitada una vez más, pero no por mí, enamorada una vez más, pero no de mí. Una vez más de decir, de no saber opinar, imponer, terminar a tiempo.

Me quiero bajar, dije de pronto. Reían, se atolondraban en el hipnótico adelantamiento de los polígonos.
¡Quiero bajar!, grité, y Vladichulo pegó un derrape y casi volcamos, pero no. Se detuvo el polvo entre el humo de la fábrica de papel. Vladichulo se giró. Me miró con sus gafas de sol. Ella también me miraba. Miraban los dos. Se amaban.

La Vía Láctea y la galaxia Andrómeda tienen un rumbo de colisión. El impacto se producirá dentro de millones de años, millones de años. Mientras tanto, dicen los científicos, sigue y seguirán siendo dos galaxias distintas (que se miran, que se escrutan sin comprenderse).

Pues bájate, pringao, dijo Vladichulo.
Adiós, dijo ella: en la vida, los olvidos no suelen durar.

Me apeé y me quedé allí junto a una pared, solo, sin nada en las manos, con mis zapatos. ¿No es eso lo más importante? Tener ojos para ver el mundo y pies para poder entrar en él. Eso es.

El Seat León arrancó de nuevo. Oí sus gritos sexys, como canciones de Kylie Minogue o granizados de limón en invierno.

¡Adiós, adiós, amor mío! Agitaba la mano. Adiós. Y el Seat cogía velocidad y se hundía en la carretera y al fondo el río Llobregat emitía sus efluvios. Eso no era París, eso no era el Sena ni Nôtre Dame. La refinería escupía, en el río se deslizaban ratas culpables, mutantes, y los niños jugaban con los neumáticos. Y allí estaba yo, saludando con la mano al final de todas las cosas cuando ocurrió aquello.

En un adelantamiento peligroso el Seat León viró bruscamente, salió de la calzada y voló por los aires. Así estaba yo, adiós adiós, sin deseos ni besos como túneles, y el Seat León volando por los aires y cayendo suavemente al río Llobregat, plof, alunizaje, amerizaje, fluvianaje o como se diga. Y desde una esquina de la fábrica de polímeros Cromlab S.L. observé por primera vez los mecanismos de las cadenas de montaje, y tuve conciencia de las máquinas, del día y la noche, ¡producción, producción!, y esto es lo que pasa cuando hay crisis, que aparecen los deshechos, que en el río Llobregat se hunden y naufragan los Seat León con los Vladichulos y, lo que es peor, que no se hunden solos, sino que se arrastran con nosotros hacia el fondo.