martes, 31 de mayo de 2011

Las formas del presagio

Tras descubrir hace días el letrero de esa calle, no pude quitármelo de la cabeza.
Desde entonces, cada vez que paso por allí -cuando la ruta coincide- lo observo con cierto ánimo esperanzador.
Siendo hoy mi último día en la ciudad y alentada por la inmediata proximidad de los exámenes, he querido permanecer en ella durante unos instantes por comprobar, tras la experiencia, si es verdad eso que anuncia. Veremos.



viernes, 20 de mayo de 2011

De trinidades

Dos microrrelatos extraídos del libro Cortometrajes, de Juan Ramón Santos Delgado. Una delicia.


De nuevo a vueltas con la trinidad

Basado en un hecho real.

Marcelo era un buen estudiante. Era consciente de que, siendo su padre agricultor, el futuro de la familia estaba cruzado por los azares de la meteorología, y también sabía de los no pocos esfuerzos que les suponía a su madre y a su padre el enviarlo cada mañana a estudiar a la ciudad, no ya por el gasto, sino por tener que renunciar además a una mano de obra que, en ciertos períodos del año, se hacía casi imprescindible. Católico, le reprochaba cada noche antes de dormir a Dios el que, habiéndonos creado a su imagen y semejanza, se hubiese reservado para sí el estupendo invento de la trinidad. Cada noche hallaba nuevos argumentos para discutir con el Creador en torno al tema. De todos es sabido que la paciencia de Dios como Dios mismo es infinita, pero Marcelo debió pillarlo en un día malo, de debilidad, y consiguió sus reivindicaciones. El milagro se operó después de la cena, cuando la madre de Marcelo acababa de dejar sobre la mesa, junto al plato de su hijo, un yogur de fresa. Estaba de espaldas fregando unos cacharros cuando oyó a Marcelo pedir dos yogures más. Al volverse allí estaba sentado Marcelo en trinidad. Comiéndose los tres Marcelos los tres yougures de fresa explicaron la nueva situación tranquilamente a sus padres que, aunque al principio anonadados, católicos también y por la evidencia palpable de la gracia divina vertida sobre su hijo, comprendieron y se sintieron muy felices ante las posibilidades que abría la trinidad sobrevenida del chaval.

Se despertaron los tres a las siente de la mañana. Uno de los Marcelos se fue con el padre al campo, donde siempre había algo que hacer. Los otros dos guardaron los libros en la mochila y se fueron a coger el autobús. Por suerte siempre sobraban asientos. Era aquél un autobús muy católico en general que enseguida creyó en aquella aplicación práctica y palpable del dogma de la Santísima Trinidad. Hubo un ateo que preguntó por el tercer Marcelo y no quiso creer explicación alguna, atribuyendo el milagro a una clonación súbita -qué afán el de los ateos por explicarlo todo desde la ciencia-. Hubo también un par de agnósticos que ignoraron por completo el fenómeno, el uno escuchando música en su wakman, el otro leyendo una novela de Pérez Reverte.

Llegados al instituto, uno de los Marcelos entró en clase y, como habitualmente hacía Marcelo en su anterior limitada humanidad, atendió a las clases, se esforzó haciendo ejercicios y se tomó a media mañana un bocadillo de tortilla del bar. Es cierto que por boca de los compañeros que con él vinieron en el autobús se fue corriendo la noticia, pero la gente lo fue aceptando con naturalidad. El profesor de religión, un sacerdote, pensó incluso improvisar una unidad didáctica sobre la Santísima Trinidad con la conocida historia de San Agustín, el ángel, la playa, el mar y el agujerito en la arena pidiendo permiso al jefe de estudios para que Marcelo lo acompañara para dar esas clases.

El tercer Marcelo hizo lo que el responsable Marcelo primitivo y único había deseado siempre, irse por ahí con esos compañeros que, si bien acaban suspendiendo y repitiendo a final de curso, a cambio disfrutaban de lo lindo el resto de los días del año. Anduvo de bares, tomando litros de cerveza y fumando algún que otro porro. Aquel día fue el centro de atención del grupo, la novedad, un tercio de trinidad de Marcelo emborrachándose con ellos, con los gamberros, con lo formalito que había sido siempre Marcelo cuando era uno y no trino, uno a secas.

Vuelve a ser de noche en el pueblo y vuelven los tres Marcelos a remover con sus tres cucharillas sus tres yogures. Tres besos de buenas noches de su madre y por fin a acostar. Recordemos que Marcelo, aun siendo trino, es uno, y que, sin dejar de ser cada uno de los tres que están tumbados en tres camas diferentes, improvisadas en su cuarto tan divinamente como sólo puede improvisar una madre, es los tres a la vez, tres personas distintas y un solo Marcelo verdadero, y que, sea como sea -más fácil es meter toda el agua del mar en un pocito escarbado con el dedo en la arena que comprender todo esto-, está a la vez acostado en las tres camas, y siente el cansancio acostumbrado de todas las noches por el ir y venir en el autobús a la ciudad, atender en clase y hacer las tareas, pero siente esta noche también un tremendo dolor en los riñones por la falta de costumbre de trabajar con la azada, y una zumbona resaca de alcohol y marihuana. La tercera noche, para que todo cuadre, ya que con trinidades estamos a vueltas, Marcelo decide hacerse hindú y posponer sus diversos proyectos de vida para diversas vidas sucesivas. Que nadie busque segundas intenciones ni moralinas, que todo esto no es más que la relación de unos hechos extraordinarios de que tuve reciente noticia.

***

Último guiño a la trinidad

Se me olvidó mencionar que Joaquín, compañero de mesa de Marcelo en clase, una de esas mañanas, estimando las posibilidades que abría la trinidad de su vecino, sus pros y sus contras, volvió el rostro hacia los ventanales y, ante la evidencia irrefutable del bello perfil adolescente de María recortado sobre el paisaje nebuloso y teñido de amanecer, afiló con deleite el lápiz y anotó en un margen del tema cinco del libro de Historia del Mundo Contemporáneo:

Quisiera ser uno y trino
Para estar contigo
Para estar contigo
Para estar contigo

lunes, 16 de mayo de 2011

Sucederá

Muy pocas veces he sabido cómo expresar lo que tan exactamente describe Manuel Altolaguirre en un único y magnífico verso:
dejarás de ser tú, aunque no mueras
.

Del poema No me has querido.

Cavalo Morto

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.

Un poema de Lèdo Ivo es una luciérnaga que busca una moneda perdida. Cada moneda perdida es una golondrina de espaldas posada sobre la luz de un pararrayos. Dentro de un pararrayos hay un bullicio de abejas prehistóricas alrededor de una sandía. En Cavalo Morto las sandías son mujeres semidormidas que tienen en medio del corazón el ruido de un manojo de llaves.

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.

Lèdo Ivo es un hombre viejo que vive en Brasil y sale en las antologías con cara de loco. En Cavalo Morto los locos tienen alas de mosca y vuelven a guardar en su caja las cerillas quemadas como si fuesen palabras rozadas por el resplandor de otro mundo. Otro mundo es el fondo de un vaso, un lugar donde lo recto tiene forma de herradura y hay una sola tarde forrada con tela de gabardina.

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.

Un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo es un río que madruga para ir a fabricar el agua de las lágrimas, pequeñas mentiras de lluvia heridas por una púa de acacia. En Cavalo Morto los aviones atan con cintas de vapor el cielo como si las nubes fuesen un regalo de Navidad y los felices y los infelices suben directamente a los hipódromos eternos por la escalerilla del anillador de gaviotas.

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.

Un poema de Lèdo Ivo es el amante de un reloj de sol que abandona de puntillas los hostales de la mañana siguiente. La mañana siguiente es lo que iban a decirse aquellos que nunca llegaron a encontrarse, los que aún así se amaron y salen del brazo con la brisa del anochecer a celebrar el cumpleaños de los árboles y escriben partituras con el timbre de las bicicletas.

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.

Lèdo Ivo es una escuela llena de pinzones y un timonel que canta en el platillo de leche. Lèdo Ivo es un enfermero que venda las olas y enciende con su beso las bombillas de los barcos. En Cavalo Morto todas las cosas perfectas pertenecen a otro, como pertenece la tuerca de las estrellas marinas al saqueador de las cabezas sonámbulas y el cartero de las rosas del domingo a la coronita de luz de las empleadas domésticas.

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.

En Cavalo Morto cuando muere un caballo se llama a Lèdo Ivo para que lo resucite, cuando muere un evangelista se llama a Lèdo Ivo para que lo resucite, cuando muere Lèdo Ivo llaman al sastre de las mariposas para que lo resucite. Háganme caso, los recuerdos hermosos son fugaces como las ardillas, cada amor que termina es un cementerio de abrazos y Cavalo Morto es un lugar que no existe.


Juan Carlos Mestre.

viernes, 13 de mayo de 2011

De singularidades

Algunas veces -yo lo sé- cuando al caer la tarde levanta el toldo y, de improviso, el verdor del paisaje impacta en sus ojos, suspira.
Le apenan los días tibios y soleados. Le recuerdan a Gregorio Samsa.

Prendimiento de Antoñito el Camborio en el camino de Sevilla

12/05/2011

Antonio Torres Heredia,
hijo y nieto de Camborios,
con una vara de mimbre
va a Sevilla a ver los toros.
Moreno de verde luna,
anda despacio y garboso.
Sus empavonados bucles
le brillan entre los ojos.
A la mitad del camino
cortó limones redondos,
y los fue tirando al agua
hasta que la puso de oro.
Y a la mitad del camino,
bajo las ramas de un olmo,
Guardia Civil caminera
lo llevó codo con codo.

*

El día se va despacio,
la tarde colgada a un hombro,
dando una larga torera
sobre el mar y los arroyos.
Las aceitunas aguardan
la noche de Capricornio,
y una corta brisa, ecuestre,
salta los montes de plomo.
Antonio Torres Heredia,
hijo y nieto de Camborios,
viene sin vara de mimbre
entre los cinco tricornios.

*

-Antonio, ¿quién eres tú?
Si te llamaras Camborio,
hubieras hecho una fuente
de sangre con cinco chorros.
Ni tú eres hijo de nadie,
ni legítimo Camborio.
¡Se acabaron los gitanos
que iban por el monte solos!
Están los viejos cuchillos
tiritando bajo el polvo.

*

A las nueve de la noche
lo llevan al calabozo,
mientras los guardias civiles
beben limonada todos.
Y a las nueve de la noche
le cierran el calabozo,
mientras el cielo reluce
como la grupa de un potro.


Federico García Lorca.

Retour à la fin

11/05/2011

Al regresar esta tarde al piso después de asistir a la última clase magistral del cuatrimestre, he dado un gran rodeo para despedirme de la ciudad. Quedaría muy poético decir que, mientras lo hacía, se me iban pasando por la mente los sucesos más característicos del curso, pero lo cierto es que lo único que pensaba era que hacía un calor asfixiante y que la manía que tenían algunos Comedores de servir gazpacho en noviembre y lentejas en mayo, no parecía que fuese a desaparecer nunca.

No obstante y en gran parte debido a la melancolía que suelen despertar las tormentas de verano, asomada a la terraza, me he puesto a pensar en el significado de los finales. O de los inicios. En el significado de las circunferencias, al fin y al cabo. Y estando yo ocupada en este tipo de cavilaciones -cavilaciones que, como la mayoría, son más un sinsentido que otra cosa- ha sonado Home.
Al final, lo único que permanece (si es que eso es posible).

lunes, 2 de mayo de 2011

Invictus

«El perdón libera el alma, disipa el temor.»