jueves, 29 de noviembre de 2012

Llibertat per Catalunya

Barcelona es una capital llena de vitalidad, arte, cultura y movimiento. Tiene de todo: teatros, cines, bibliotecas, centros cívicos, museos, universidades... Sin embargo, desde que me trasladé aquí, la gente no me pregunta por el día a día, las actividades culturales que se ofertan o los sitios que se consideran más interesantes, no. Sólo hay una pregunta que se repite constantemente en cada conversación que tengo con conocidos, amigos y familiares. Siempre es la misma y siempre me la hacen con el mismo retintín característico: "¿qué, cómo está la cosa por allí?" Se refieren, claro, al tema de la independencia catalana.

Una, que lleva ya un tiempo viviendo aquí, no sabe muy bien qué contestar para evitar herir sensibilidades, pero lo que está claro es que, pese a quien pese, hay una única verdad: la mayoría de los ciudadanos catalanes apoya la independencia. Esto, como ha sido sobradamente demostrado en las recientes elecciones, no quiere decir que apoyen el Gobierno de Artur Mas, cosa que, sinceramente, me alegra. Me alegra porque la gestión política que este señor ha llevado a cabo durante su mandato, escándalos aparte, ha sumido a Cataluña en la mayor deuda económica de todas las comunidades españolas. Me alegra porque el bastión independentista del que se adueñó únicamente para conseguir votos nunca antes había estado dentro del programa electoral de su partido. Y sobre todo me alegra porque la propaganda electoral que repartió a diestro y siniestro, en la que se mostraba como un mesías aclamado por las masas, futuro y esperanza de Cataluña, producía una continua y molesta sensación de impotencia entre la población.

Criterios políticos aparte y retomando la cuestión inicial, había una cosa muy curiosa que me sucedía hasta hace poco, y era que no sabía cuál era mi propia opinión acerca de la independencia de Cataluña. Había leído numerosos artículos sobre el tema, preguntado a miembros de mi familia y a amigos tanto catalanes y como no catalanes, había escuchado e intentado razonar los motivos que me daban unos y otros -la mayoría despóticos, todo hay que decirlo-, pero seguía sin conseguir decantarme por un simple "a favor" o "en contra".
Esta situación, como es lógico, no me hacía sentir cómoda, ya que cuando alguien me preguntaba, no era capaz de responder con sinceridad. Tenía una idea más o menos clara, naturalmente, pero no conseguía expresarla de una forma que no desembocara estrepitosamente en una mala interpretación de mis palabras.

Hace dos días, a través de un amigo, leí un artículo con el que me sentí completamente identificada porque recogía, si no todos, casi todos los pensamientos que llevaban revoloteando inconexos por mi mente desde que vine aquí. Es este, y seguro que más de uno aprecia su devastadora franqueza. Yo, desde luego, lo hago.

lunes, 19 de noviembre de 2012

De patrias y apátridas. Una película: Martín (Hache).

Han pasado ya algunos años desde que vi por primera vez la película Martín (Hache). Recuerdo que fue durante el último curso de Bachillerato, poco antes de empezar la Universidad, y que me causó una honda impresión. En ese momento creí comprenderla o, más bien, entender el comportamiento de los personajes, la intención de los discursos y el significado -siempre esencial- de las imágenes.

Hace unos días volvía a verla en unas circunstancias completamente distintas y, a pesar de ello, su aplastante franqueza de nuevo me dejó boquiabierta; sin embargo, me di cuenta de que la comprensión que creía tener de la película no era tan amplia como había pensado a los dieciocho.
Supongo que cuando uno se considera prácticamente un apátrida, resulta más sencillo interpretar conductas, empatizar ante determinadas situaciones y, en definitiva, reflexionar acerca de la vida en uno u otro ámbito.

De las muchas escenas brillantes que hay, destaco una que a mí me resulta particularmente clave. Será por eso de "estar de Erasmus":

domingo, 11 de noviembre de 2012

«Asimiso, y por razones que no se me alcanzan, he encontrado siempre en el acto sexual una cierta similitud con la muerte, una relación secreta pero constante.»

Mi último suspiro, Luis Buñuel.




Imágenes extraídas de Un chien andalou, Luis Buñuel. (1929)