Han pasado ya algunos años desde que vi por primera vez la película Martín (Hache). Recuerdo que fue durante el último curso de Bachillerato, poco antes de empezar la Universidad, y que me causó una honda impresión. En ese momento creí comprenderla o, más bien, entender el comportamiento de los personajes, la intención de los discursos y el significado -siempre esencial- de las imágenes.
Hace unos días volvía a verla en unas circunstancias completamente distintas y, a pesar de ello, su aplastante franqueza de nuevo me dejó boquiabierta; sin embargo, me di cuenta de que la comprensión que creía tener de la película no era tan amplia como había pensado a los dieciocho.
Supongo que cuando uno se considera prácticamente un apátrida, resulta más sencillo interpretar conductas, empatizar ante determinadas situaciones y, en definitiva, reflexionar acerca de la vida en uno u otro ámbito.
De las muchas escenas brillantes que hay, destaco una que a mí me resulta particularmente clave. Será por eso de "estar de Erasmus":
lunes, 19 de noviembre de 2012
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