Creo que häy algo
que nunca te confesé:
desde que me contaste aquello,
aborrezco el cine francés.
martes, 8 de octubre de 2013
sábado, 5 de octubre de 2013
Una verdad
«En las pequeñas mentes de los fanáticos,
insistía Clive, cualquier forma de éxito, por limitado que fuera,
cualquier estima pública por cualquier tipo de cosa, era prueba
inequívoca de componenda estética y de fracaso.»
Amsterdam, Ian McEwan.
Amsterdam, Ian McEwan.
jueves, 18 de julio de 2013
martes, 7 de mayo de 2013
Qué razón tienes, Ben
Hablaba el otro día con mi compañera de piso acerca de que, en el mundo en el que vivimos, nada nos sorprende. Absolutamente todos los tabúes sexuales se han desmontado, estamos acostumbrados a ver imágenes de abrumadora violencia cada día en los telediarios, las noticias sobre la corrupción y los desahucios se multiplican, consideramos a las familias que duermen al amparo de los cajeros automáticos por las noches como algo normal. En definitiva, nos lo creemos todo o, mejor dicho, creemos que ya es posible que suceda cualquier cosa. Así que, ante este panorama tan sumamente desolador, tan destructivo para el alma (porque lo es), yo me pregunto hacia dónde caminamos, si hay esperanza para el ser humano o si éste es sólo el inicio de una devastadora masacre de nuestros ideales.
Sea como fuere, las palabras que en su día leyera de la mano de Ben Clark, hoy cobran más significado que nunca:
«Ya no nos sobrecoge nada. Nada
parece desasir del corazón
esta ferruginosa indiferencia
que nos tiene encantados. Ya, por fin.
Podemos ser felices ya por fin.
¡Apreciemos la imagen y la métrica!
Que estamos vacunados
contra la enfermedad; contra el amor,
contra la compasión y la ternura.»
Ben Clark.
Sea como fuere, las palabras que en su día leyera de la mano de Ben Clark, hoy cobran más significado que nunca:
«Ya no nos sobrecoge nada. Nada
parece desasir del corazón
esta ferruginosa indiferencia
que nos tiene encantados. Ya, por fin.
Podemos ser felices ya por fin.
¡Apreciemos la imagen y la métrica!
Que estamos vacunados
contra la enfermedad; contra el amor,
contra la compasión y la ternura.»
Ben Clark.
sábado, 13 de abril de 2013
Vuelvo a Ribeyro
«(...) Julio Ramón Ribeyro, por su parte, se planteaba tal problema de forma dicotómica, sin medias tintas era «necesario elegir entre amar la vida o comprenderla». Y es cierto, las personas que disfrutan más la vida son aquellas que no tratan de comprenderla. Aquellas que se arman de un cúmulo de ideas preconcebidas que les hacen más fácil la existencia. Puede llamársele religión, ideología, filosofía de vida, da igual. Aquella fórmula de la felicidad se resumía en omitir las preguntas necesarias y dejar que las preguntas innecesarias siguiesen su rumbo (no siendo respondidas por obvias). De ahí el imposible de un filósofo feliz con su circunstancia, o de un escritor feliz con el mundo. Aquel que imagina lo que le ha tocado vivir como algo compacto, sin resquicios, como algo casi perfecto no tiene por qué hacerse preguntas, no tiene razón para pensar ni mucho menos para escribir. Sin embargo, ese mundo feliz, también a su modo sufre, o hace sufrir. Se pierde espontaneidad, se gana en tranquilidad pero se pierde en el arte de la creación. Vea si no lo aburrido que se vuelve ir hablando con gente que maneja un discurso preconcebido. De esos que pueden deslumbrar a miles pero no dos veces al mismo sujeto. Es por ello que la vida se vuelve rutinaria. Existen sin embargo aquellos con los que se puede discutir mil veces el mismo tema, aquellos que no tienen formada una opinión. Son pocos, pero son.»
miércoles, 3 de abril de 2013
Manifiesto
Antes de que me digan princesa,
antes todavía de que algún
poeta cantautor pintor peón de construcción camarero actor
teleoperador adolescente etcétera
me intente embaucar
haciéndome creer que yo soy su nueva musa,
quiero advertir, si es que sirve de algo,
que yo no quiero ser como Raquel ni Leonor,
no quiero tener sus bocas carnosas y rojas
ni que me queden tan bien como a ellas sus faldas.
No quiero las curvas de infarto de Silvia,
ni la melosidad de Marta,
ni las dulces formas de Ángeles
ni ser risueña como Patricia.
No envidio los buenos modales de Ana
porque no los necesito,
ni aparentaré más la inocencia de Rebeca,
la picardía de Laura, la rebeldía de Clara
ni el modernismo de María
ni, por supuesto, intentaré ser tan fina como su hermana
porque nunca seré como ellas.
No aspiro al máster de Carmen
ni a tener el sentido del ritmo de Paloma:
nunca he sabido bailar ni hacer un striptease.
No voy a tatuarme una mariposa en el culo,
ni una araña en una teta,
ni diablo ni guarra ni amor en japonés,
no quiero un piercing en la lengua
para poder prometer algunas noches
la mejor mamada de su vida
a ningún chulo de discoteca,
como nunca quise convertir
en el amor de mi vida
a ningún rubio de ojos azules
con mi amor único y redentor.
No quiero las medidas de Marilyn
ni los ojos de Greta.
No tengo el descaro de Mae West.
No aspiro a ser ninguna Yoko
ni ser de nadie la
Maga que busca.
Reconozco que no quiero la tristeza de Alejandra,
aunque a veces me arrastre de los pies,
ni los colores de Frida,
aunque siempre salga a la calle manchada de ellos.
No quiero apoyarme en las ventanas como Gala
para ver cómo se pelean por mí Jules y Jim
porque no me suicidaré con ninguno de ellos.
No voy a aprender a fumar
como fumaba mi madre a mi edad,
ni pretendo volver loco a mi padre
porque ya lo hice.
No me voy a casar
en Las Vegas con Lennon
disfrazada de Gioconda,
ni en iglesias ni en juzgados
con ningún hombre de provecho.
No quiero hacer lo que hicieron
las vanesas que enamoraron a todos mis amantes.
No quiero llorar como lloran las vírgenes,
ni ser en la cama más puta que la Magdalena,
ni más señora que las putas en las tiendas,
ni más falsa que las señoras en la calle.
No quiero saber qué es lo más adecuado en esta situación
ni las guarradas de la a la zeta
que ponen a cien a los hombres en los bares.
No me trencé nunca el pelo estilo Julieta,
como tampoco esperé sentada a que
un rebelde o un malote
tirase piedras en mi ventana
para llevarme en su Harley
a un granero abandonado
o al huerto
o a una bonita duna
o al faro del fin del mundo
para cogerme como nunca me han follado
Nunca pedí el teléfono a ningún camarero
(de esto sí me arrepiento).
Cartas de amor no quise
y las que escribí las niego
porque salieron de mis manos sin permiso
cuando de ebriedad me rascaban las ganas.
Caballeros y oficiales,
finales de película felices,
rosas sin vino,
su banda sonora se desafina en mi guión.
No sé soñar como sueñan las princesas.
Ninguna amiga me confesó el secreto
que convertía en príncipe de cuento
cada rana que besó
(las ranas, ranas son y los príncipes
no existen en ningún color).
Así que por qué ahora tendría
que maquillarme como las cabareteras
o desnudarme como lo hacen las ninfas.
Ni se os ocurra pensar
que fingiré mis orgasmos.
Yo no sueño con una noventa y cinco,
ni con pesar menos de sesenta,
ni con uñas de porcelana,
largas pestañas, piel de seda.
Me da igual si me dicen “guapa” los poetas
o si me escriben poemas los obreros.
Yo no necesito que nadie me diga
cómo me queda mejor el pelo,
ni qué color le sienta mejor a mi boca
ni qué camino he de seguir
para no dejarme perder
si el que sigo no me lleva
a su cama otra noche.
Por última vez:
no quiero ser la princesa de nadie,
bastante tengo con intentar saber
quién es Andrea.
Andrea Mazas.
lunes, 21 de enero de 2013
Un fragmento
Supe entonces que no volveríamos a vernos. Todo el dolor, la incertidumbre y el deseo se habían extinguido como la llama de una cerilla, dejando paso a la indiferencia y el hastío, al vacío de los cuerpos. Pensaba en ello tumbada sobre la cama, medio adormecida, sin darle apenas importancia. Era domingo y a través de la cortina se filtraban los últimos rayos de la tarde. Por la ventana abierta me llegaban los sonidos del parque que había bajo la casa, niños correteando y riendo, gritos de madres, coches que bordeaban la curva de la carretera.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)