sábado, 13 de abril de 2013

Vuelvo a Ribeyro

«(...) Julio Ramón Ribeyro, por su parte, se planteaba tal problema de forma dicotómica, sin medias tintas era «necesario elegir entre amar la vida o comprenderla». Y es cierto, las personas que disfrutan más la vida son aquellas que no tratan de comprenderla. Aquellas que se arman de un cúmulo de ideas preconcebidas que les hacen más fácil la existencia. Puede llamársele religión, ideología, filosofía de vida, da igual. Aquella fórmula de la felicidad se resumía en omitir las preguntas necesarias y dejar que las preguntas innecesarias siguiesen su rumbo (no siendo respondidas por obvias). De ahí el imposible de un filósofo feliz con su circunstancia, o de un escritor feliz con el mundo. Aquel que imagina lo que le ha tocado vivir como algo compacto, sin resquicios, como algo casi perfecto no tiene por qué hacerse preguntas, no tiene razón para pensar ni mucho menos para escribir. Sin embargo, ese mundo feliz, también a su modo sufre, o hace sufrir. Se pierde espontaneidad, se gana en tranquilidad pero se pierde en el arte de la creación. Vea si no lo aburrido que se vuelve ir hablando con gente que maneja un discurso preconcebido. De esos que pueden deslumbrar a miles pero no dos veces al mismo sujeto. Es por ello que la vida se vuelve rutinaria. Existen sin embargo aquellos con los que se puede discutir mil veces el mismo tema, aquellos que no tienen formada una opinión. Son pocos, pero son.»

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