viernes, 20 de mayo de 2011

De trinidades

Dos microrrelatos extraídos del libro Cortometrajes, de Juan Ramón Santos Delgado. Una delicia.


De nuevo a vueltas con la trinidad

Basado en un hecho real.

Marcelo era un buen estudiante. Era consciente de que, siendo su padre agricultor, el futuro de la familia estaba cruzado por los azares de la meteorología, y también sabía de los no pocos esfuerzos que les suponía a su madre y a su padre el enviarlo cada mañana a estudiar a la ciudad, no ya por el gasto, sino por tener que renunciar además a una mano de obra que, en ciertos períodos del año, se hacía casi imprescindible. Católico, le reprochaba cada noche antes de dormir a Dios el que, habiéndonos creado a su imagen y semejanza, se hubiese reservado para sí el estupendo invento de la trinidad. Cada noche hallaba nuevos argumentos para discutir con el Creador en torno al tema. De todos es sabido que la paciencia de Dios como Dios mismo es infinita, pero Marcelo debió pillarlo en un día malo, de debilidad, y consiguió sus reivindicaciones. El milagro se operó después de la cena, cuando la madre de Marcelo acababa de dejar sobre la mesa, junto al plato de su hijo, un yogur de fresa. Estaba de espaldas fregando unos cacharros cuando oyó a Marcelo pedir dos yogures más. Al volverse allí estaba sentado Marcelo en trinidad. Comiéndose los tres Marcelos los tres yougures de fresa explicaron la nueva situación tranquilamente a sus padres que, aunque al principio anonadados, católicos también y por la evidencia palpable de la gracia divina vertida sobre su hijo, comprendieron y se sintieron muy felices ante las posibilidades que abría la trinidad sobrevenida del chaval.

Se despertaron los tres a las siente de la mañana. Uno de los Marcelos se fue con el padre al campo, donde siempre había algo que hacer. Los otros dos guardaron los libros en la mochila y se fueron a coger el autobús. Por suerte siempre sobraban asientos. Era aquél un autobús muy católico en general que enseguida creyó en aquella aplicación práctica y palpable del dogma de la Santísima Trinidad. Hubo un ateo que preguntó por el tercer Marcelo y no quiso creer explicación alguna, atribuyendo el milagro a una clonación súbita -qué afán el de los ateos por explicarlo todo desde la ciencia-. Hubo también un par de agnósticos que ignoraron por completo el fenómeno, el uno escuchando música en su wakman, el otro leyendo una novela de Pérez Reverte.

Llegados al instituto, uno de los Marcelos entró en clase y, como habitualmente hacía Marcelo en su anterior limitada humanidad, atendió a las clases, se esforzó haciendo ejercicios y se tomó a media mañana un bocadillo de tortilla del bar. Es cierto que por boca de los compañeros que con él vinieron en el autobús se fue corriendo la noticia, pero la gente lo fue aceptando con naturalidad. El profesor de religión, un sacerdote, pensó incluso improvisar una unidad didáctica sobre la Santísima Trinidad con la conocida historia de San Agustín, el ángel, la playa, el mar y el agujerito en la arena pidiendo permiso al jefe de estudios para que Marcelo lo acompañara para dar esas clases.

El tercer Marcelo hizo lo que el responsable Marcelo primitivo y único había deseado siempre, irse por ahí con esos compañeros que, si bien acaban suspendiendo y repitiendo a final de curso, a cambio disfrutaban de lo lindo el resto de los días del año. Anduvo de bares, tomando litros de cerveza y fumando algún que otro porro. Aquel día fue el centro de atención del grupo, la novedad, un tercio de trinidad de Marcelo emborrachándose con ellos, con los gamberros, con lo formalito que había sido siempre Marcelo cuando era uno y no trino, uno a secas.

Vuelve a ser de noche en el pueblo y vuelven los tres Marcelos a remover con sus tres cucharillas sus tres yogures. Tres besos de buenas noches de su madre y por fin a acostar. Recordemos que Marcelo, aun siendo trino, es uno, y que, sin dejar de ser cada uno de los tres que están tumbados en tres camas diferentes, improvisadas en su cuarto tan divinamente como sólo puede improvisar una madre, es los tres a la vez, tres personas distintas y un solo Marcelo verdadero, y que, sea como sea -más fácil es meter toda el agua del mar en un pocito escarbado con el dedo en la arena que comprender todo esto-, está a la vez acostado en las tres camas, y siente el cansancio acostumbrado de todas las noches por el ir y venir en el autobús a la ciudad, atender en clase y hacer las tareas, pero siente esta noche también un tremendo dolor en los riñones por la falta de costumbre de trabajar con la azada, y una zumbona resaca de alcohol y marihuana. La tercera noche, para que todo cuadre, ya que con trinidades estamos a vueltas, Marcelo decide hacerse hindú y posponer sus diversos proyectos de vida para diversas vidas sucesivas. Que nadie busque segundas intenciones ni moralinas, que todo esto no es más que la relación de unos hechos extraordinarios de que tuve reciente noticia.

***

Último guiño a la trinidad

Se me olvidó mencionar que Joaquín, compañero de mesa de Marcelo en clase, una de esas mañanas, estimando las posibilidades que abría la trinidad de su vecino, sus pros y sus contras, volvió el rostro hacia los ventanales y, ante la evidencia irrefutable del bello perfil adolescente de María recortado sobre el paisaje nebuloso y teñido de amanecer, afiló con deleite el lápiz y anotó en un margen del tema cinco del libro de Historia del Mundo Contemporáneo:

Quisiera ser uno y trino
Para estar contigo
Para estar contigo
Para estar contigo

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