lunes, 13 de diciembre de 2010

Póngame una de humanidad, por favor

Un tema que hoy hemos tratado en clase y que me ha resultado muy interesante ha sido la enfermedad de la lepra. En especial, la parte en la que se ha desarrollado la segregación social del leproso en la Baja Edad Media.
Según contaba la profesora, tras diagnosticar la enfermedad a un paciente, el médico lo comunicaba inmediatamente a la Iglesia que, al mando de un Juez eclesiástico, iniciaba una ceremonia de segregación, la cual consistía en derramar un puñado de tierra sobre la cabeza del leproso -simbolizando el entierro de su vida en comunidad- y engarle el hábito lazarino que en adelante lo estigmatizaría ante la sociedad. A partir de entonces, el enfermo vivía en lugares específicos, las leproserías, situadas fuera de las ciudades y en las que no habitaban más de cuatro o cinco infectados para evitar las sublevaciones que pudieran llevar a cabo. Estos sitios se encontraban cerca de caminos transitados para que pudiesen dedicarse a la mendicidad, ya que su acceso a las poblaciones estaba prohibido. Para poder hacerlo, los enfermos debían agitar una campana que advertía de su presencia.


Leprosería en Burgdorf, Suiza

Me ha resultado muy impactante y muy triste el hecho de que se pudiese tratar de esa manera tan vejatoria a unas personas que de lo único que tenían culpa era de haberse infectado por una bacteria (concretamente y para los interesados, por el bacilo de Hansen). Me pregunto cómo se debía sentir una persona en el epicentro de un ritual tan morboso como lamentable, cuya clara finalidad era la de señalar a una persona como indeseable ante los demás.
Parad y pensadlo durante un momento. Pensad que van a echaros de vuestro hogar, que os van a despojar de todo lo que habéis conocido y que os van a marcar para siempre ante el mundo sólo porque estáis enfermos. Y ahora responded: ¿cómo se podía aceptar eso como algo normal dentro de la cotidianidad de la vida en la ciudad?

Aunque esto sucedió hace ya muchos siglos, sólo espero que todos aprendamos de lecciones como ésta que la Historia nos enseña. Si no, ¿qué nos queda?

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