lunes, 30 de agosto de 2010

Sobre la cotidianidad

Al frente, un montón de chinas con dioptrías se hacen fotos. A mi lado, tres mujeres hablan a voces sobre la diferencia entre "playa" y "plaza"; posteriormente, a la discusión se une un hombre. Un par de heavies cruzan la plaza en monopatín.
Y yo estoy allí, sentada, estática, como una mera espectadora de la realidad, fuera de la escena en la que se desarrollan dichos sucesos.

En ese instante pienso que no deja de sorprenderme la cantidad de circunstancias tan diversas que nos rodean día a día y que pasan desapercibidas para nosotros -los movimientos de la gente al caminar, el tacto de un brazo que choca contra el nuestro en una calle, el perfume de esa mujer parada frente a un escaparate, los colores de la ropa de los viandantes, el nuevo corte de pelo del guaperas de turno que llega tarde a su cita, el nerviosismo que se hace patente en la cara de un anciano que va camino del hospital-, sin ni siquiera llegar a formar parte de nuestros recuerdos.
Si prestásemos verdadera atención a todo eso, sería una experiencia tan abrumadora para los sentidos como agotadora, y eso me produce lástima. ¡La de sensaciones que dejamos pasar sin darnos cuenta debido a la subdesarrollada capacidad del cerebro que nos limita y nos ata!
Lo peor de todo es que no podemos hacer nada para remediarlo, y eso resulta verdaderamente frustrante.

Momentos después, aparece la persona a la que estoy esperando. Me levanto, saludo y yo también me uno al espectáculo.

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