lunes, 9 de agosto de 2010

El balcón y la dama

La mujer a la que siempre observaba asomada al balcón de su casa durante mis largos paseos nocturnos se me asemejaba a una Julieta en espera de su amado.
Aunque prefería imaginar que, en lugar de al amante -por razones de contemporaneidad-, estaba esperando algo parecido a lo que llaman casualidad, una cosa en apariencia insignificante, férreamente convencida de que en algún momento ese suceso cambiaría su rutina y hasta su vida, para lo que resultaba indispensable que se encontrase allí cada noche.
O puede ser que ese balcón simbolizase su particular locus amoenus, un lugar en el que planteaba sus dudas existenciales, reflexionaba hasta la madrugada, lograba atisbar una ínfima porción de sí misma -para perderla al día siguiente- y encontraba un poco de paz.

Quizás, simplemente, hacía calor dentro de casa.

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