miércoles, 23 de junio de 2010

La espera

Ella lo espera.
Son casi las tres de la madrugada y le aguarda, impaciente, dando vueltas frente a una bocacalle de la Calle Toro, al lado de la tienda de ropa Tedy, cerca de la Plaza de España.
Cada dos por tres revisa impaciente su reloj y mira esperanzada a un lado y otro de la gran avenida, esperando verlo aparecer repentinamente, iluminando con su sola presencia esa noche tan oscura. Sabe que, en cuanto aparezca, no le reprochará el hecho de haberle estado esperando más de media hora; tan sólo quiere verlo, nada más.

De pronto, como si el gran reloj de la Plaza Mayor tocase las campanadas de cualquier hora en punto, le sacude la absoluta certeza de que él no va a ir.
Comienza a caminar despacio, como si le doliesen las rodillas o le pesasen tremendamente los pies. "No. Va a venir, tiene que venir". Se para y da media vuelta. De nuevo empieza a andar en círculos, hasta que le sobreviene la siguiente sacudida.

Vuelve a caminar, alejándose del lugar de encuentro, un encuentro que podría haber significado mucho para los dos, pero al que él no ha acudido. Como tantas otras veces.

Pequeñas gotitas saladas resbalan por sus mejillas, las mejillas que hacía tan sólo unas horas había maquillado para él; no para cualquier otro muchacho de sonrisa franca con quien se pudiera encontrar en el Bisú, no. Ella se ha arreglado para él y él no está. Mejor dicho, no ha querido venir.

Regresa a casa. No sabe cuánto ha tardado en hacerlo, pero intuye que seguramente ha invertido mucho más tiempo del necesario. Esperaba un mensaje de él, una llamada, algo. Sin embargo, su móvil continúa en silencio, como minutos atrás. Vuelve a comprobar si tiene llamadas perdidas: nada.

Se acuesta, con alguna que otra lagrimilla que se escapa de sus condenados ojos sin que ella le haya dado permiso para hacerlo, y duerme. Minutos antes, en ese estado tan plácido de duermevela, se propone olvidarlo, borrarlo de su mente y su corazón para siempre. Sí, eso hará, ya nada podrá hacerle daño nunca más.

Eso es hasta el día siguiente, cuando repentinamente lea estas palabras en la pantalla de su móvil, palabras que lleva deseando que él le diga desde que se marchó la noche pasada: "Lo siento, perdóname. Se me olvidó el móvil en casa y estos no me dejaban irme. ¿Quedamos esta noche? Prometo compensarte".

Es ahí cuando manda al traste todas aquellas promesas aparentemente firmes de olvidarlo.

Y vuelta a empezar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario