jueves, 1 de septiembre de 2011

La lucha por la vida II

«Llegaron poco después otros y comenzaron todos a charlar a voz en grito.
Hablaron y discutieron una porción de cosas, de pintura, de escultura, de comedias. Manuel pensó que debían de ser personas importantes.
Habían clasificado al mundo. Tal era admirable; Cual, detestable; H, un genio; B, un imbécil.
No les gustaban, sin duda, las medias tintas ni los términos medios; parecían árbitros de la opinión, juzgadores y sentenciadores de todo. (...)

Los conciliábulos en el estudio de Álex se conoce que no bastaban a los bohemios, porque de noche volvían a reunirse en el café de Lisboa. Manuel, sin ser considerado como uno de ellos, era aceptado en la reunión, aunque sin voz ni voto.
Por lo mismo que no hablaba, se fijaba más en lo que oía.
Eran casi todos ellos de malos instintos y de aviesa intención. Sentían la necesidad de hablar mal unos de otros, de injuriarse, de perjudicarse con sus maquinaciones y sus perfidias, y al mismo tiempo necesitaban verse y hablarse.»


Mala hierba, Pío Baroja.

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