domingo, 6 de febrero de 2011

Melancolía

Aquel anciano que caminaba descalzo por la playa de la Barceloneta, mirando al mar distraídamente y sin reparar en el sonido de los timbres de las bicicletas que recorrían el paseo marítimo, tenía alma de poeta. Iba recitando en voz baja un triste soliloquio desesperado: la historia de una mujer extraordinaria que había muerto tiempo atrás dejando a su marido sumergido en un pozo de desolación insoportable. Su mirada clamaba auxilio, pero aún la sal del Mediterráneo no había logrado cicatrizar las heridas de ningún corazón sangrante. Y el Sol se conmovía tanto con los versos que entonaba durante sus largos paseos al atardecer que, aunque lo intentaba, no podía ocultar su pena. Y se iba escondiendo. Y se iba haciendo pequeño. Y terminaba agachándose tras el horizonte porque le avergonzaba que lo viesen llorar.

Su llanto duraba exactamente lo que dura una noche de ausencias.

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