lunes, 17 de octubre de 2011

Lecturas acordes

Después de varias semanas acudiendo allí prácticamente a diario, de pronto me di cuenta de lo díficil que era retomar la lectura de Beltenebros en casa, sin la música tranquila y casi sensual que se escuchaba de fondo en el café que ya consideraba santuario (hipérboles que la escritura nos permite), junto al murmullo de las conversaciones cercanas, el sonido de los vasos y el ir y venir de los camareros. Acompañaban a la cadencia del lugar los pensamientos lúgubres de un Darman impasible y distante, el ambiente sórdido de la boîte Tabú, la atracción sin límites que proyectaba aquel cuerpo de mujer, objeto de incontrolable deseo, y el estilo inconfundible de Muñoz Molina.
Resultaba raro descubrir que sobre la "banda sonora" de la novela yo no tenía potestad alguna mientras que ésta, por el contrario, sí permanecía sujeta a los designios del dueño del local -quien lograba encajar a la perfección la melodía con los sucesos del libro- y a las charlas que allí se entablaban desde el momento en que entraba en el establecimiento hasta que me marchaba.

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